Es cierto que la mayoría de las personas que conocemos, son muy religiosas y en teoría cada vez que tienen un problema, ellos oran o le piden ayuda a un dios o algún ser divino en el que dicen creer…Pero en la realidad, ellos tratan de arreglar sus problemas utilizando todos los medios humanos posibles, según su conveniencia o según a ellos les parece lo correcto. No importa si es un divorcio o la muerte de un ser querido, un empleo, un embarazo, un despido, una jubilación, un bebé, una mudanza, un accidente o enfermedad, un viaje, un negocio, un préstamo o un problema de dinero. Las personas sin Dios, siempre tratan de solucionar sus problemas de cualquier forma, sin importarles los medios o las consecuencias, como bien lo enseña el mundo que es controlado por satanás: El fin justifica los medios y por eso no les importa si lastiman a su prójimo con tal de solucionar su problema. Pero aunque el problema se solucione, es fácil detectar cuando alguien ha enfrentado esas situaciones difíciles con o sin Dios. Las personas que enfrentan un problema sin Dios, casi siempre andan frustradas, cansadas, agobiadas, estresadas, enojadas, preocupadas, ansiosas, afligidas, miedosas, insatisfechas, decepcionadas, molestas, nerviosas, tensas, tristes y hasta depresivas. Porque por su soberbia no se quieren rendir y entregar sus cargas al Señor y le dan la razón a lo que dice Salmos 10:4 que El malo, por la altivez de su rostro, no busca a Dios; No hay Dios en ninguno de sus pensamientos. Es decir que son personas que por su orgullo y arrogancia, piensan que no necesitan de Dios para vivir su vida y mucho menos para buscarle cuando están pasando por algún problema. 

 

En cambio los creyentes aunque enfrentamos un sin fin de problemas, que no podemos explicar o entender, podemos decir confiadamente que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos; como dice la segunda carta de Corintios, en el capítulo 4, versículos 8 y 9.